Abunda la política del telefonazo para controlar la palabra
Por Julio Blanck
Suena un teléfono en el Palacio de Tribunales.
Alguien llama desde la Presidencia. Un rato después el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, declara por radio oficial que se había sacado de contexto su definición de que “no se puede perseguir desde el Estado al que piense diferente” . El señalamiento de Lorenzetti apunta a Clarín y La Nación , que habían publicado en tapa esa frase suya. Nada dice en cambio sobre el despacho de la agencia oficial Télam que, como era obvio y evidente, interpretó que esas palabras fueron dichas por Lorenzetti en el marco de su defensa de la libertad de expresión. Quizás Lorenzetti desconocía en ese momento el cable de la agencia. Es un detalle a considerar. Pero sin duda quien levantó el teléfono desde la Presidencia quedó satisfecho con el resultado de su gestión.
Suena un teléfono en el canal de cable C5N.
Alguien llama en nombre de la Presidencia. Minutos después, el programa donde era entrevistado Alberto Fernández sale abruptamente del aire. Fernández criticaba a Cristina. En el bloque anterior, el escritor Jorge Asís había dedicado el filo de su verbo a la Presidenta. En el corte entre ambas entrevistas ya se habían recibido llamados telefónicos, según relataron testigos presenciales. Lo que a todas luces fue una burda censura se presentó después como consecuencia de problemas técnicos y horarios sobrepasados. La repetición habitual del programa, a la madrugada, fue suspendida a poco de comenzar a emitirse. Esta vez, por lo menos, no se intentaron explicaciones absurdas. Después, Fernández aceptó las disculpas de Daniel Hadad, propietario del canal, y de Marcelo Longobardi, el periodista sacado del aire. Otro periodista, Alberto Padilla, que supo ser nombre estelar en la cadena norteamericana CNN y que esa noche aguardó en vano ser entrevistado en el programa, difundió en su cuenta de Twitter que había sido el ministro Julio De Vido el autor de la eficaz llamada censora.
Suena un teléfono en las oficinas de la DAIA .
Alguien llama en nombre del Gobierno. Poco después, puesto al aire por radio con uno de los guardianes de la fe oficialista, Aldo Donzis, el presidente de la entidad que ejerce la representación política de la comunidad judía, desmiente una desmentida del día anterior. El sainete empezó con un cable de Télam , único medio que difundió esta noticia, según el cual la DAIA había cuestionado un artículo del diario La Nación , hablando de “posible desliz discriminatorio” porque se había remarcado el origen judío del viceministro de Economía, Axel Kiciloff. A continuación la DAIA, a través de una nota que Donzis envió a La Nación , negó haber hecho tal crítica. Después de que esto fuera publicado –y después también del llamado telefónico– Donzis terminó desmintiendo, o relativizando, esa desmentida. Otra vez, la eficacia del telefonazo quedó demostrada.
La secuencia de estos hechos se encadenó en apenas una semana. La política del apriete telefónico, ahora desembozado, revela la urgencia del Gobierno por controlar el relato. Esa descripción heroica, machacona y falseada del tiempo que se vive, amenaza fisurarse por las contrariedades de la economía que pegan sobre el bolsillo y la salida a la superficie de desidias, descontroles y corruptelas de escándalo, como en el caso de los trenes o la fabricación de billetes.
Importa dominar la palabra. Es preciso eliminar las disonancias que puedan ser reflejadas por la prensa que no se somete a la Casa Rosada. Hay que poner el ojo hasta en los discursos propios, que deben ser unívocos y blindados. Que a nadie se le ocurra pisar fuera de la línea. Que todos reciten el libreto sin lugar a la improvisación, que suele ser imprevisible y por lo tanto peligrosa. Allá van, con ese fin, los emisarios de La Cámpora a poner su ojo vigilante sobre Télam , el noticiero de Canal 7 y ciclos de propaganda como 6-7-8 y otros.
Sucede que la realidad se puso hostil.
El Gobierno busca enemigos porque necesita otra guerra . Está midiendo quién se dobla, quién se quiebra y quién resiste. Mientras tanto, se desvive por controlar lo que se dice y lo que no se dice.
Entonces suenan los teléfonos.
No es la primera vez que esto sucede en los casi treinta años de democracia, desde 1983 a la fecha. El peligro es, por miedo o por costumbre , tomarlo como algo normal y tolerable.
http://www.clarin.com/opinion/Abunda-po ... 33515.html