Màs allà que plantea dudas en el mediano plazo, respecto a la inversiòn coincido definitivamente con el corto plazo. Reitero: para mì es favorable para los fundamentals del cupòn.
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La expropiación de la mayoría accionaria de YPF implica más que la recuperación de un activo estratégico que en muchos países del mundo ha estado históricamente en manos públicas.
En términos de la caja oficial, equivale a un flujo adicional de fondos nada despreciable. En los últimos cinco años YPF obtuvo utilidades por $ 21.400 millones. A un promedio de $ 4.280 millones por mes. Y giró en concepto de dividendos pagados (básicamente al exterior) poco más que la totalidad de estas utilidades.
Por lo tanto, hacerse de la caja de fondos que representa YPF equivale para el Gobierno a un doble beneficio: un flujo de fondos frescos adicional y, además, menor salida de fondos al exterior, lo que ayudaría a descomprimir la presión cambiaria.
Es cierto que YPF, con su socio mayoritario a la cabeza, hizo poco en los últimos años para evitar la expropiación. Su producción de crudo cayó 17% en promedio en los últimos cuatro años, mientras que la de gas natural descendió 31% en el mismo lapso de tiempo.
Pero los beneficios de corto plazo que podría generar la estatización de YPF contrastan con las incertidumbre de largo plazo.
España no se quedará de brazos cruzados ante lo que considera una acción ilegal sobre una de sus mayores empresas (Repsol). Y la Unión Europea tampoco. Menos aún en un momento en el cual su economía parece seguir el destino de Grecia.
Habrá repercusiones. Habrá acciones legales y otro largo peregrinar con los acreedores. El mayor riesgo para la Argentina es que la inversión vuelva a resentirse. Y no se trata de una variable más, sino de una crucial. Porque en el largo plazo la Argentina tiene dos desafíos: más productividad y menos inflación. Y las dos se combaten, precisamente, con más inversión.