Mensajepor ksoze1541 » Vie Abr 17, 2020 3:16 pm
Las serpientes venenosas no son inmunes al veneno de las serpientes: por esa condición de vulnerabilidad, ellas conviven sin atacarse. Si se coloca en un recinto una variedad de serpientes venenosas, aún en condiciones de hacinamiento, se adaptaran al medio evitando los conflictos; pero aún si se produce una contienda, la lucha consistirá en empujarse una a la otra, y golpearse, pero nunca morderse.
Las especies depredadoras están dotadas de un equipo biológico que les permite matar, aún a los de su propia especie, pero los individuos de esas especies no están interesados en hacerlo: si bien hay casos en los que las disputas territoriales, por alimentos, o por las hembras, desencadenan la lucha; en general esa lucha finaliza con la retirada (o exilio) del vencido, y casi nunca con su muerte.
Por otra parte, las especies se reproducen a la máxima tasa que garantice la alimentación del conjunto: si en una determinada área de la sabana africana hay pastura, digamos, para cien elefantes, el equilibrio de ese sistema podrá sostenerse con hasta ciento cincuenta elefantes, pero jamás con mil. Si se da el caso de una ruptura de la tasa racional de reproducción, se pueden dar uno de los siguientes dos casos: migraciones de la población excedente en búsqueda de otras pasturas; o incremento abrupto de la tasa de mortalidad.
Todo eso sucede porque la naturaleza ha equipado a las especies (no sólo animales sino también vegetales, es decir, a todo organismo que replique en otro sus condiciones mediante moléculas de ADN) con el gen de la supervivencia individual y también con el gen de la continuidad de la especie. Los leones, las águilas y los demás depredadores, no se matan entre sí por la inhibicion que proporcionan estos genes. Las especies que normalmente son muertas y devoradas por los depredadores, poseen esos mismos genes, pero los utilizan de diferente manera: en una colonia de animales vulnerables, siempre existe la figura del altruísta, que desvía hacia sí mismo la atención del depredador, para que los demás puedan huir o ponerse a resguardo.
Algunas aves que no asumen el trabajo de incubar y desarrollar a sus crías, suelen dejar sus huevos en el nido de aves de otra especie. Cuando la receptora advierte que en su nido hay más huevos que los propios, arroja fuera los huevos “invasores”. La especie que deja sus huevos en custodia de otra, tiende, entonces a mutar el color y tamaño de sus huevos, para que sean difíciles de reconocer frente a los huevos “auténticos”. Todo ello sucede también por los genes que mencioné antes.
Nada de eso da resultado con la especie humana: si bien tenemos, como todos, los genes de supervivencia individual y de la especie, como no estamos equipados con armamento biológico letal (uñas débiles, dientes pequeños y planos, mandíbulas que no se abren demasiado), tampoco tenemos las inhibiciones de los depredadores; pero además, con la aparición del lenguaje, la creación de herramientas, luego de las armas, el hombre ha encontrado la forma de lesionar o matar al interior de la especie, con recursos mediatos. Si se tuviera la oportunidad de asesinar cincuenta mil personas con un cuchillo o una piedra, seguramente nadie lo haría; en cambio, la bomba de Hiroshima dejó el mismo resultado, en dos minutos, sin la complicación del espectáculo de sangre. Un misil intercontinental tiene las mismas propiedades.
La pobreza, el hambre y las enfermedades poseen los mismos atributos de destrucción masiva: desde que la acumulación de excedentes se transformó en acumulación de totalidades, una mayoría desposeída sobrevive en el mundo en condiciones lamentables hasta que muere en condiciones indignas.